Por Juan Colon. VIDEO
Santo Domingo Este.- Madre, yo era ese niño que salía corriendo en mi caballo de palo,
desde tus ojos poblado de unos peces que no ha creado el mar.
Nunca pude salir de tus manos, de ese azul líquido como la manita blanca de la aurora.
Corría bien de mañana sobre mi endeble caballo, fabricaba mi carrito de jabilla. Pero como el tiempo era una mula que pateaba, yo recogía leña y te la llevaba hasta el fogón con mi corazón descalzo.
Usted entonces me decía palabras de gracias dobladas, de esas que curan las llagas en los hospitales.
A veces me iba a jugar la escondida por el bosque con los amiguitos: poníamos ronca las voces del monte, vencíamos la luz, pisábamos la cola negra y larga de la noche, volvíamos después de intentar sacar las estrellas de la casimba, ya ebrios de un azul cimarrón.
Y una noche usted sin recordar cerró la puerta, hice un largo silbido y su mano de inmediato la abrió. Y me puso de castigo.
Pero ahora mamá usted cerró la puerta para siempre, hay una oscuridad honda como del pozo de la noche
y mi corazón que ya es un niño tranquilo
Se ha quedado fuera.
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